Frente a la opción familiar y de barrio que representaban
las microbibliotecas de la anterior entrada, nosotros siempre seremos
partidarios de las grandes superficies. Nada como la Biblioteca General de la
universidad con su inabarcable colección de cómics, su turno de noche (sí, sí, permanece abierta de madrugada) y esas luces
que se encienden a tu paso cuando caminas entre hileras de estanterías y van
apagándose a tu espalda como en las películas de terror. Cada vez que esto ocurre
me gusta pensar que la Nada de La Historia Interminable avanza inmisericorde devorando
todo el saber de la humanidad.
Extensísima es también la sección de literatura española, tanto
que supera con creces lo que puede encontrarse en la biblioteca de mi barrio en
Pamplona. Es de un cateto importante, sí, pero desde que estoy en Estados
Unidos no he dejado de leer libricos de Pio Baroja.
En los laterales de cada planta se encuentran las celdas,
desconcertante elemento cuya función no hemos conseguido adivinar todavía. Quizás
sirvan para castigar a quienes exceden los plazos de préstamo, o puede que para
recluir a quienes tengan la osadía de publicar un mal libro.
(.)
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